miércoles, 24 de noviembre de 2010

Las casualidades

Desde siempre andamos buscando la manera de llamar a las puertas de los cielos, que los dioses nos escuchen, que nos manden una señal, sea estudiando las posiciones de los astros o en la tierra buscando el trébol de cuatro hojas. Amamos a las casualidades, las veneramos, cuando  otras creencias no nos infunden la suficiente fe y es algo ancestral que el ser humano lleva dentro en todas las culturas.
Recuerdo  que de niñas jugábamos a encontrar matrículas de los coches con números capicúas y quien antes  lo veía , podía pedir un deseo.
Es verdad que a veces ocurren cosas sorprendentes, tanto que se te hace imposible pensar que no haya algo sobrenatural detrás.
Jung hablaba de sincronicidades  y contaba la historia de una paciente que tumbada en su diván le relataba un sueño recurrente acerca de un escarabajo, cuando  en ese mismo instante,   algo chocó contra la ventana y al abrir encontró precisamente un insecto  muerto  con características similares .
Un día yo iba caminando a la orilla del mar descalza y distraída  cuando algo se me enredó entre los pies, creí en un principio que sería cualquier alga, pero al agacharme me encontré con un rosario de madera. Tuve la certeza de que algo extraordinario me iba a ocurrir, que aquello era un atisbo de un acontecimiento próximo y singular, pero pasaron los días y no ocurrió nada especial. Todavía guardo el rosario en mi joyero y sería incapaz de tirarlo aunque no me creo religiosa. Después muchas veces he pensado que la explicación más fácil, la única, es que alguien más madrugador que yo , un cura o una monja, habría ido a darse una vuelta a la orilla del mar, tan sencillo como eso.

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