domingo, 22 de noviembre de 2009

La muerte se viste con las ropas de la abuela


A punto Valentina de cumplir los diez años, un domingo de otoño sin escuela, muy temprano, al alba remolona, la abuela se despertó con ganas de orinar y se agachó para coger la bacenilla que siempre estaba debajo de la cama. No se volvió a levantar. El abuelo zarandeó a Valentina y la sacó de sus sueños, la mandó a buscar a un vecino para que fuese a llamar al médico, deprisa, deprisa, le decía y ella con la imagen de su abuela tirada en el suelo corrió escaleras abajo descalza y salió así a golpear con sus puños en las puertas, contando lo que sucedía, no a uno , si no a todos los vecinos de la aldea.
Cuando regresó , la casa estaba llena de gente y ella aturdida con los pies doloridos por las heridas de las piedras que se le clavaron mientras corría, se sentó a llorar en la puerta de casa. Cuando llegó su madre, se abrazó a ella y durmieron juntas en la noche de vela, la única noche en que su madre fue sólo para ella.
Durante días después del entierro, la casa estuvo llena de gente y todo era novedoso . Valentina no era aún consciente de la desaparición de su abuela para siempre. Vinieron primos, tíos y sus hermanos mayores tambien se quedaron alguna noche. Otros días , los vecinos la llamaban a casa a la hora de la cena y le retrasaban el regreso con su abuelo, para que no lo viera así de decaido y mustio a la luz del candil.