martes, 22 de diciembre de 2009

Duro invierno



Los campos alegres del verano se tornaron en solitarios parajes a los que salía al final de los cortos días en busca de leña y de aire fresco para no ahogarse en penas y miedos . Sabía lo que significaba la falta de varias reglas, pero no podía creer , no quería creer lo que le estaba ocurriendo. Su vientre seguía plano y eso le hacía concebir esperanzas de que todo volvería a ser igual que antes. Se alejaba por los caminos e imaginaba encuentros con él. El llegaba con una disculpa, con un regalo, con besos y abrazos tan necesitados. Anhelaba los atardeceres para soñar y respirar lejos de casa.
Pero a medida que el invierno se iba haciendo más crudo, la certeza de su embarazo era mayor y fue entonces cuando una prima llegó con la mala noticia. Adela se había muerto y con ella la única persona en quien Valentina pensaba como un regazo para su consuelo. La desesperación, el dolor y la soledad fueron mayores que la verguenza que sentía y contó a la prima su secreto. No se atrevía a hablar con sus hermanas. A Etelvina la veía aun joven , a Rosario demasiado seria y Natividad una niña aun.
Angeles era poco mayor que ella, pero muy resuelta y parlanchina. A todos conocía y a todos hablaba y aquel mismo día se fue al pueblo del novio a hablar con Doña Concepción, la madre de Pepe que la echó con cajas destempladas.
¿Cómo no le dice que se case con ella? Todos saben que el hijo es suyo y ella es una moza formal donde las haya.
-A mi no me sobra ningún hijo en casa. Respondió agría y severa como correspondía a su carácter.
Doña Concepción estaba casi paralítica de una enfermedad que le causaba continuos padecimientos en los huesos y aunque todavía no había enviudado por entonces, era la jefa de la familia sin lugar a dudas y un solo gesto era una orden y no hacían falta apenas las palabras en aquella casa en la que vivían sus cinco hijos y alguna criada que de vez en cuando se quedaba.
Antes de marcharse , Angeles intentó buscar a alguna de las tres chicas o a Pepe por las huertas de detrás de la casa, pero todos andaban escondidos o la tierra les había tragado.
Valentina pudo llorar durante días y le vino bien el desahogo . Ahora podía llorar abiertamente porque todos la consolaban por la muerte de su madre, pero ella ya no sabía por lo que lloraba y al final aceptó su situación y su abuelo que parecía ajeno a todo también intentó animarla , aunque no siempre con las palabras más adecuadas.