viernes, 19 de noviembre de 2010

Al caer la tarde

Las tardes tan cortas ahora, me pesan, me caigo en un fondo insondable, lleno de remolinos que agitan en mi estómago los presagios oscuros que sedimentan mi ser.
En verano cuando la luz se va marchitando despacio, también siento como una pena infinita que abraza al mundo, como si yo portase todas las tristezas de todos los tristes.
Por eso he decidido no estar nunca en casa cuando caiga la tarde.
Ayer fui a la biblioteca a merodear por los estantes y me encontré a la madre de R.
R era un chico al que yo daba clases particulares hace muchos años porque estaba inválido en una silla de ruedas, con una de esas enfermedades degenerativas que le iban impidiendo coger el bolígrafo con destreza,era un chico inteligente y lleno de interés.  Años después le vi  de lejos en su silla eléctrica con un respirador artificial . No sé si está vivo o muerto, no sé si su madre, mujer siempre amable y cariñosa conmigo me habrá reconocido, pero yo no tuve el valor de acercarme a saludar. Tuve miedo a sus respuestas y me sentí cobarde. Presiento que mi inacción, cada vez mayor, es la causa por la que me hundo en mi propio agujero.